Emprendiendo un viaje por polvorientos caminos literarios

sábado, 5 de agosto de 2017

Concurso de Zenda: Un mar de historias

Éste es el relato que he presentado al concurso de Zenda: "Un mar de historias"


A la deriva

Si sigo un rato más así, flotando en el océano sin oponer ninguna resistencia a las corrientes, relajando mis músculos hasta sentir una ingravidez total, expulsando al agua salada los sentimientos que me debilitan, dejando pasar de largo los pensamientos que acuden a mi mente, sin aprehenderlos, sin sacarles el jugo, si no me despisto y consigo seguir así, estoy convencido de que en unos minutos formaré parte de este mar templado y empezaré a comprender el lenguaje de los peces, seré inmune al veneno de las medusas, jugaré al escondite con las ostras y las algas querrán adornarme los cabellos porque seré uno más de ellos, y no necesitaré retornar al otro mar, ese mar seco en el que un tsunami arrasó todo lo que importa, donde los hijos mueren, los padres se vuelven locos y el amor hiede, ese erial de vida que no se puede comparar a los colores que tengo a mi alrededor y al que no quiero volver para continuar sufriendo, para ser de nuevo el objetivo principal del infortunio (o quizás de la justicia divina o trascendental) que me persigue desde hace años y que socava lenta pero inexorablemente mis ganas de vivir. Porque no quiero observar por enésima vez cómo la razón y el poder nunca van unidos y así no tener ni siquiera el consuelo de que, aunque a mí no me vayan bien las cosas, el mundo es lógico o justo o evoluciona hacia ser lógico o justo o mejor en algo, pero es obvio que ese otro mar de tierra no sigue una senda que me permita aferrarme a ella y prefiero estar aquí, haciendo el muerto luchando contra todos los impulsos primitivos que me exhortan para que me mueva o al menos mire dónde me han llevado las corrientes, compruebe la distancia que me separa de la orilla y calcule si tendré fuerzas para volver. Esos impulsos que me piden que no haga el idiota divagando sobre cosas absurdas e irremediables y que por fin sea práctico y me integre en el mundo, busque amigos, actividades que me apasionen o viajes al otro confín del planeta, como si eso fuera posible y no costara dinero o no requiriera de mí un esfuerzo descomunal, mucho mayor del que he realizado apuntándome a este viaje con desconocidos, todos patéticos, todos grises, que ni siquiera se habrán dado cuenta de que he desaparecido porque estarán entretenidos en juegos absurdos con alguna pelota o en chácharas intrascendentes, imposible encontrar a alguien interesante entre esa panda de cabezas huecas, así que es absurdo hacer caso a lo que esos pensamientos salvadores que a veces me asaltan tratan de decirme, no voy a abrirme ante gente así, no voy a querer divertirme con ellos, nunca podré olvidar con semejantes elementos a mi lado, es mucho mejor buscar compañía entre las criaturas de este mar exuberante y apacible. Hace mucho tiempo que no me sentía tan tranquilo, siendo parte de esta sopa tibia que me recuerda a la que hacía mi abuela, con muchos tropezones semejantes a la infinidad de peces que revolotean cerca de mí, que rozan mi piel como también lo hacen las algas, igual que las acelgas de aquella sopa riquísima a la que tampoco me importaría volver, cómo no, volver a la infancia y quedarme allí, pero al no ser eso posible, convertirme en océano es lo más parecido y me basta, sólo tengo que aguantar unos minutos más y lo lograré, un último esfuerzo para relajarme totalmente y dormirme, ahuyentar el miedo a disolverme en este mar, en esta sopa, a desmenuzarme en ella como lo hacen las palabras y las letras de una frase sin fin, sin alcanzar horizonte alguno pero extendiéndome por todos los horizontes más allá de cualquier limitación humana, realizando esos viajes, haciendo esos amigos, divirtiéndome según me aconseja esa parte racional que ahora noto cómo redobla sus esfuerzos para que me incorpore, nade hasta la orilla y dé una nueva oportunidad a la humanidad de congraciarse conmigo y a mí de congraciarme con la humanidad. Ese impulso superviviente es muy fuerte y decidido ahora, tanto que los músculos comienzan a desentumecerse, tirito de frío e incluso dudo acerca de la conveniencia de esta aventura, con lo que permito que mi lado racional abra una brecha en mi convicción, una brecha que no consigue ensancharse e invadir mi mente porque precisamente en ese instante de debilidad una gaviota se posa en mi muslo y comprendo que ya soy indistinguible del mar.






Datos personales

Mi foto
"Nunca es tarde si la dicha es buena"... y menos para escribir. Recién cumplidos los 40 me animé a dar mis primeros pasos en esta aventura, y aquí los comparto con vosotros.
Con la tecnología de Blogger.